28/01/2023 Santo Tomás de Aquino (Mc 4, 35-41)

Aquel día, al atardecer, les dijo: Pasemos a la otra orilla.

Toda nuestra vida es un ir pasando a la otra orilla. Pero la vida nos presenta otras travesías que debemos emprender y otras orillas a las que debemos llegar; quizá sean travesías menos transcendentales que la del atardecer, la de la resurrección, pero son importantes.

Una travesía que debo hacer, y otra orilla a la que tengo que llegar, es la de quienes son distintos; la de aquellos que prefiero se queden en su orilla y no pasen a la mía. La distancia física podría ser muy corta, pero muy larga la anímica. Toda travesía irá acompañada de su correspondiente tormenta.

Se levantó un viento huracanado, las olas rompían contra la barca que estaba a punto de anegarse.

Ningún Evangelista olvida narrarnos esta tormenta. Es que se trata de una experiencia universal para todo aquel que emprende la travesía a otra orilla. Esta experiencia la desconoce quien no se mueve de su orilla. Hoy les toca a los discípulos, en su travesía, pasar momentos de angustia mientras Jesús duerme. Más adelante será Jesús, en todo como nosotros menos en el pecado, quien se verá sumergido durante su tremenda travesía en la más terrible angustia; los discípulos dormían (Mc 14, 32-42).

¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Aún no tenéis fe?

Después de tanto tiempo con Jesús, los discípulos deberían/deberíamos haber aprendido a fiarnos plenamente de Él, con una confianza sin fisuras, a prueba de todo tipo de tempestades. El episodio de la tempestad calmada es eso: una invitación a superar todos los miedos y vivir la vida como la vive el niño que se siente tan seguro en brazos de papá o de mamá.

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