28/06/2020 Domingo 13 (Mt 10, 37-42)

El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí.

A la hora de plantear lo que significa ser cristiano, Jesús no hace alarde de diplomacias o delicadezas; lo pone bastante crudo. Luego, una vez embarcados en el camino de seguirle por el camino de la cruz, entonces sí abundará en atenciones y perdones.

El seguidor de Jesús, el cristiano, encontrará a lo largo de la vida momentos en que tendrá que hacer una elección radical, incluso en cuanto a los afectos más legítimos. Y no para renunciar a ellos, sino para purificarlos y hacerlos más auténticos, eliminando lo que pueden tener de exclusivos o de posesivos.

El que no carga con su cruz y me sigue no es digno de mí.

Más adelante Jesús repetirá esto mismo pero lo elaborará un poco más. Dirá: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16, 24). El secreto del seguimiento de Jesús, el secreto de ser cristiano auténtico, está en ese negarse a sí mismo. Dicho de otra manera, el secreto consiste en descentrarnos, en salir de ese centro que es el propio ego; en que cada vez nos importe menos lo nuestro, sea bueno o sea malo. En que cada vez vivamos más centrados en nuestros prójimos y, a través de ellos, en el Señor de nuestras vidas. Así es como el que pierde su vida, la encuentra.

El que encuentre su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.

Cuando nos descentramos totalmente, dándonos con toda el alma a otra persona, como lo hace cualquier papá o mamá con su bebé, entonces es cuando encontramos la plenitud de la vida. En esto de perder la vida para ganarla, Jesús es pionero; lo vivió Jesús hasta las últimas consecuencias porque nos amó hasta el extremo.

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