28/09/2020 Lunes 26 (Lc 9, 46-50)

Se suscitó una discusión entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor.

Estamos en el capítulo 9 del Evangelio de Lucas. En este mismo capítulo, aunque en dos ocasiones distintas, Jesús les ha anunciado por dos veces su dramático futuro. Pero, nada que hacer; ellos siguen con sus sueños de grandezas terrenas.

Es para alabar a Dios ver que aquellos discípulos continúen en sus trece. Para alabar a Dios, porque si Él consiguió que el corazón de aquellos hombres y mujeres latieran finalmente al ritmo del suyo, también lo conseguirá con los nuestros. Conseguirá que dejemos de competir por ser los primeros y los mejores. Conseguirá que acabemos de entender que la verdadera grandeza está en el olvido de nosotros mismos y en la sensibilidad hacia los más pequeños.

El más pequeño de entre vosotros, es el mayor.

A Dios no se le conoce con elevados pensamientos y muchos estudios, sino con la pequeñez de un corazón humilde y confiado. Para ser grande ante el Altísimo es necesario vaciarse de sí mismo. El niño es precisamente el que no tiene nada que dar y todo que recibir. Es frágil. Depende de papá y mamá (Papa Francisco).

Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y tratamos de impedírselo porque nos viene con nosotros.

Los seguidores de Jesús, los cristianos, tenemos prohibido ser totalitarios, intolerantes o fanáticos. San Pablo nos dice: Hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud o valor, tenedlo en aprecio (Flp 4, 8). Todo; dondequiera que lo encontremos. Nada de pensar que tenemos el monopolio del bien y nada de excluir a los que no son de los nuestros.

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