29/03/2024 Viernes Santo (Jn 18, 1 - 19, 42)

Jesús tomo el vinagre y dijo: Todo se ha cumplido. Dobló la cabeza y entregó el espíritu.

La pasión y muerte de Jesús de san Juan, abunda en significativos detalles ignorados por los sinópticos. Por ejemplo, la presencia de María al pie de la cruz, o la lanzada del soldado. Esto es así porque los ojos de Juan son los ojos de un místico que lo transfigura todo a la luz de su significado más profundo. Juan quiere que veamos en la pasión y muerte de Jesús hasta qué punto nos ama el Padre en el Hijo: hasta el extremo.

Antes de la lectura de la pasión de Jesús, el profeta Isaías nos presenta la dramática figura del siervo de Yahvé: desfigurado, no parecía hombre ni tenía aspecto humano. Quienes seguimos al Crucificado tenemos que aprender a poner los sufrimientos y desgracias, propios y ajenos, a la sombra de la cruz de Jesús. Contemplando al Crucificado con los ojos místicos de Juan vemos cómo en la cruz la violencia se transforma en perdón, el sufrimiento en gloria, la muerte en vida.

En ningún lugar y en ningún momento nos mostramos los humanos tal como somos como en la cruz: con nuestro radical  y empedernido desamor. Por otra parte, en ningún lugar y en ningún momento se muestra Dios como lo que es, como en la cruz: con su radical e inquebrantable amor. Al final, claro está, las tinieblas no vencieron a la luz (Jn 1, 5).

El Viernes Santo es para, primero, contemplar un crucifijo con los ojos del cuerpo y dejarnos invadir por la pena y el arrepentimiento. Luego cerramos los ojos, y con los ojos del corazón contemplamos al Crucificado para dejarnos invadir por el gozo ante el inquebrantable y gratuito amor de Dios por todos nosotros.

Todo se ha cumplido. No es un final ignominioso; es un final glorioso: Cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32).

    3