30/01/2023 Lunes 4 (Mc 5, 1-20)

Nadie podía con él. Se pasaba las noches y los días en los sepulcros o por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras.

Le tienen miedo; le evitan. ¿Sufriría aquel hombre alguna enfermedad mental? ¿O lo suyo era, quizá, el resultado de una vida desordenada? A Jesús no le gusta escarbar en el pasado. Tampoco esquiva al hombre; es Él quien provoca el encuentro, incapaz de pasar de largo ante el sufrimiento. Se trata de un hombre tiranizado por el mal, por unos demonios que le imposibilitan la convivencia con los demás y consigo mismo. Estos demonios se sienten ahora amenazados ante la cercanía de Jesús: ¿Qué tienes contra mí, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Por Dios te conjuro que no me atormentes! El señorío de Jesús ante todo lo que daña al hombre es absoluto. Como el señorío del creyente. Tal era el de santa Teresa sobre los demonios: Si este Señor es poderoso…, siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿qué mal me pueden ellos hacer a mí? ¿Por qué no he de tener fortaleza para combatirme con todo el infierno?... Ellos me temerán a mí… Tengo yo más miedo a los que mucho temen al demonio que al mismo demonio.

Es curioso; los discípulos han acompañado a Jesús en la travesía del lago y lo han pasado mal en la tormenta, y ahora no aparecen. No han hecho todavía la travesía más importante: la de creer ciegamente en Jesús. Continúan con su vieja religiosidad, incapaces de afrontar una situación no contemplada en sus tradiciones.

Jesús llega al país de los cerdos y libera a aquel hombre. El pueblo suplicará a Jesús que se vaya y les deje en paz; continuará apegado a sus cerdos.

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