30/01/2024 Martes 4º (Mc 5, 21-43)

Jesús cruzó de nuevo en la barca al otro lado del lago y se reunió junto a Él un gran gentío.

Los Evangelios de días pasados nos mostraban el señorío de Jesús sobre las fuerzas del mal y de la naturaleza. Hoy vemos ese mismo señorío sobre la enfermedad; ¡incluso sobre la muerte! Quedaron fuera de sí del asombro. No es para menos. No es menos digno de asombro el hecho de que Jesús supedite su poder a la fe de quienes se acercan o nos acercamos a Él: Basta que tengas fe.

Jesús, consciente de que una fuerza había salido de Él, se volvió a la gente y preguntó: ¿Quién me ha tocado el manto?

La pobre mujer se pone nerviosa. Habría preferido pasar desapercibida; su enfermedad la avergüenza. Pero Jesús quiere dar a la mujer algo más que la salud física; quiere liberarla de los miedos y tabúes que le impiden un contacto más abierto con Jesús: Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10).

Tu hija ha muerto. No importunes al Maestro. Jesús, sin hacer caso de lo que decían, dijo al jefe de la sinagoga: No temas, basta que tengas fe.

Jairo, jefe de la sinagoga, tiene mucha fe en Jesús, pero no tanta como para creer que Jesús pueda devolver a la vida a su hija. Así lo ve Jesús; y lo entiende. Le vemos ansioso; temeroso de que el padre de la niña muerta le pida excusas y se vuelva triste a su casa. Por eso se apresura a decir a Jairo: No temas, basta que tengas fe. Son palabras que haremos bien en hacer resonar en nuestro interior cuando sintamos que la esperanza se nos apaga.

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