30/05/2020 Sábado 7º de Pascua (jn 21, 20-25)

Pedro se vuelve y ve, siguiéndoles detrás, al discípulo a quien Jesús amaba…: Señor, y éste, ¿qué?

Como en Cesarea de Filipo. Entonces Pedro tuvo su momento glorioso al ser nombrado jefe del grupo, pero acabó escuchando el mayor de los reproches: ¡Quítate de mi vista, Satanás! (Mt 16, 17-23). También ahora. Pedro, que ha recibido el mandato de pastorear las ovejas, se cree con derecho a meterse en la vida de los demás. La reacción de Jesús es categórica: ¿A ti qué te importa? Tú, sígueme.

Tú, sígueme. ¿Qué le movió a Pedro a preguntar sobre Juan? ¿Curiosidad? ¿Envidia? Tú, sígueme. Es la tarea de todo creyente. Cada uno, como nos dice la parábola de los talentos, según los dones recibidos. Sin mirar a derecha o izquierda para ver cómo lo hacen otros.

Hoy hemos escuchado el final del Evangelio de Juan. El Papa Francisco comenta que tiene un carácter de colofón y provocación al seguimiento desde la singularidad de cada uno de los discípulos.

Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran.

Un día los discípulos creyeron haber comprendido a Jesús: Ahora sí que hablas claro (Jn 16, 29). Poco después le abandonaron. La complacencia no es buena; no es bueno sentirnos satisfechos con lo que sabemos sobre Él. San Juan de la Cruz escribe: Por más misterios y maravillas que han descubierto los santos doctores y entendido las santas almas, les quedó todo lo más por decir y entender, y así hay mucho que ahondar en Cristo.

La persona de Jesús y sus palabras son algo tan sublime que superan toda capacidad humana.

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