31/12/2023 La Sagrada Familia (Lc 2, 22-40)

Cumplidos todos los preceptos de la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y el favor de Dios lo acompañaba.

Si la venida de Dios a este mundo hubiese dependido de nosotros, lo habríamos hecho llegar de manera espectacular de modo que todo el mundo quedase pasmado ante tal despliegue de poder. ¿Quizá le haríamos bajar del cielo envuelto en rayos y truenos? Pero, no; nada de eso. Jesús viene a este mundo en un perfecto anonimato; en la sencilla y humilde familia de José y María.

La celebración de esta fiesta de la Sagrada Familia en este tiempo de Navidad es una invitación a poner nuestra familia ante el espejo de la familia de Nazaret. Es bueno y saludable recordar que José y María pasaron por pruebas fuertes. Primero entre ellos dos, cuando el embarazo de María; o también entre ellos y Jesús niño de doce años, cuando le encontraron en el templo y ellos no entendieron lo que les dijo.

Los esposos cristianos deben tener claro en toda circunstancia,  especialmente cuando las relaciones se complican, que la oración y el silencio consiguen más que las palabras. La familia cristiana está llamada a conservar el fuego de un amor maduro compartiendo la oración cotidiana, la lectura de la Palabra de Dios y la Eucaristía. Así es cómo el amor se hace capaz de convivir con la imperfección y guardar silencio ante las limitaciones del otro.

El Papa Francisco escribe: Os diré una cosa: si nos peleamos en familia, que no termine el día sin hacer las paces. ¿Sabes por qué? Porque la guerra fría del día siguiente es muy peligrosa; no ayuda. Y luego, en la familia hay tres palabras; tres palabras que hay que custodiar siempre: permiso, gracias y perdón. Cuando en la familia no somos entrometidos y sabemos pedir permiso; cuando en la familia no somos egoístas y sabemos decir gracias; cuando en la familia cometemos un error y sabemos pedir perdón, entonces en esa familia hay paz y alegría.

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