06/03/2021 Sábado 2º de Cuaresma (Lc 15, 1-3; 11-32)

Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Éste acoge a los pecadores y come con ellos. Entonces les dijo esta parábola.

La dura parábola de ayer, la de los viñadores homicidas, iba dirigida a sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. La emotiva parábola de hoy, la del hijo pródigo, a fariseos y escribas; que también forman parte de la jerarquía judía. Jesús, en su mejor vena artística, nos ofrece un retrato incomparable del verdadero Dios; el Dios de la misericordia y de la ternura que se parece tan poco al Dios justiciero de los jerarcas judíos. La parábola ofrece, además, dos consumados retratos de lo que somos nosotros.

Un hombre tenía dos hijos.

El mayor parece hacerlo todo bien. Se cree bueno; con derechos que su padre no reconoce. No disfruta lo que tiene. No goza de una relación cariñosa con el padre o con el hermano. Vive centrado en sí mismo.

El menor es un botarate. Su vida alocada le procura grandes batacazos. Pero cuando toca fondo recapacita, hasta caer en la cuenta de que donde mejor se vive es en la casa del Padre.

El personaje central es el padre, magnánimo y afectuoso. Sufre ante la necedad del menor y la ceguera del mayor. Cuando Dios perdona, perdona como Padre y no como un empleado del tribunal que lee una sentencia y dice: Absuelto por insuficiencia de pruebas. Nos perdona desde dentro. Perdona porque se pone en el corazón de la persona (Papa Francisco).

Nos identificamos fácilmente con los hermanos; a veces con el mayor, a veces con el menor. Pero tengamos claro que Jesús nos invita a identificarnos cada vez más con el Padre; a decir, cada día con más verdad: Padre Nuestro.

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