08/02/2024 Jueves 5º (Mc 7, 24-30)

Desde allí se puso en camino y se dirigió a la región de Tiro.

No es frecuente, pero a veces Jesús abandona su tierra para adentrarse en territorio pagano. Hoy parece hacerlo por cansancio. ¿Quizá por el hastío que le producen los fariseos? Acaba de discutir con ellos sobre tradiciones y protocolos. Tanto formalismo y tanto legalismo le producen fastidio. Sale a territorio pagano para desconectar un poco; por eso trata de pasar desapercibido. No lo consigue.

Una mujer, cuya hija estaba poseída de un espíritu inmundo, vino y se postró a sus pies…, y le rogaba que expulsara de su hija al demonio.

La respuesta de Jesús es más ofensiva que amable: No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos. La mujer podría haberse levantado indignada y marcharse dando un portazo. Pero, no: Señor, también los perritos, debajo de la mesa, comen las migas que dejan caer los niños.

Es la única ocasión en que encontramos la palabra SEÑOR en el Evangelio de Marcos. ¡Pronunciada por una mujer pagana! Cosas del Espíritu que sopla donde quiere. ¡Admirable la fe de esta mujer! Nada sabemos de su vida. ¿Quizá era madre soltera? Jesús no hace preguntas. Queda prendado de la fe de la mujer; eso le basta. Es una fe firme que no se rinde, que no se ahoga en la prueba. Como la misericordia de Dios, tampoco la fe sabe de fronteras. Es una fe que mueve montañas, como la de la madre de Jesús en Caná.

Por eso que has dicho, puedes irte, que el demonio ha salido de tu hija.

Y la mujer se va, corriendo, contenta; disfrutando del abrazo en que se va a fundir con su niña, libre del mal que la afligía.

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