10/04/2024 Miércoles 2º de Pascua (Jn 3, 16-21)

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que quien crea en Él no perezca, sino tenga vida eterna.

San Pablo llega a esta conclusión: El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con Él (Rm 8, 32). Y san Juan: Dios ha demostrado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único para que vivamos gracias a Él (1 Jn 4, 9).

Este amor de Dios llevado hasta el extremo de la cruz, es el origen de todo lo que existe. Nosotros y el mundo, hechura suya, somos amados uno por uno, con todas nuestras miserias.

Así que, si de verdad creemos en el amor, en este amor de Dios que sobrepasa todo lo imaginable, nuestra actitud de creyentes será la de depositar toda nuestra confianza fuera de nosotros mismos: en ese infinito amor de Dios que ama sin límites y que se ha dado del todo a nosotros en la cruz de Jesús. La misericordia se ríe del juicio (Sant 2, 13).

Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él.

De nuevo san Pablo con su lucidez: En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación (2 Cor 5, 19).

Cada vez que miramos al Crucificado, encontramos este amor. El Crucificado es precisamente el gran libro del amor de Dios. Dios nos amó de esta manera: envió a su Hijo, se anonadó a sí mismo hasta la muerte de cruz por amor (Papa Francisco).

    4