11/12/2023 Lunes 2º de Adviento (Lc 5, 17-26)

Unos hombres que llevaban en una camilla a un paralítico, intentaban meterlo y colocarlo delante de Jesús.

Como en el caso del ciego de Jericó (Mc 10, 48), o en el caso de Zaqueo (Lc 19, 3), también estos hombres encuentran en la gente que rodea a Jesús un gran obstáculo para acercarse a Él. Pero, animándose unos a otros, deciden llevar a cabo lo que se proponen, cueste lo que cueste. Tienen fe en Jesús. Y tienen eso que Teresa de Ávila dice que tanto importa: la determinada determinación de no parar hasta conseguir lo que se proponen, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino. Y así logran que su amigo paralítico disfrute de una buena vida. Todos estamos llamados a ser intercesores, como María en Caná o los discípulos ante la suegra de Pedro.

El pobre paralítico, aparentemente pasivo e inútil, no lo es tanto, porque tiene una actitud muy positiva: se fía de sus amigos y se abandona en sus manos. Se dice que dejarse ayudar es más difícil que ayudar.

Yo te lo mando: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

Levántate. Ponte en pie. Sé tú mismo. Quiérete como Dios te quiere.  Toma tu camilla. La nueva vida no exige deshacerse de la camilla. Al contrario, exige incorporarla a la nueva realidad y se convierte en motivo de agradecimiento y alabanza. Así hizo el Resucitado con las llagas de la pasión. Las viejas camillas o antiguas llagas, sirven para comunicar vida a quien malvive paralizado en una camilla, como hizo Jesús con Tomás.  Vete a tu casa. A la casa del Padre; gozosamente acompañados de quienes han intercedido por nosotros y de aquellos por quienes hemos intercedido.

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