16/02/2024 Viernes después de Ceniza (Mt 9, 14-15)

Entonces se le acercaron los discípulos de Juan y le dicen: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?

No hay intenciones torcidas en la pregunta. Es que aquellos piadosos discípulos del Bautista no pueden comprender que Jesús y sus discípulos se tomen a la ligera algo tan sagrado como el ayuno. Viven inmersos en una religiosidad en la que el hombre es protagonista de su salvación. La salvación, para ellos, es una conquista conseguida con el esfuerzo y el sacrificio. Es la religiosidad de la ley, de las tradiciones, de las prácticas ascéticas, de la seriedad, de la severidad. Es la religiosidad del talante fúnebre.

¿Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos?

Es la religiosidad del talante festivo. Jesús nos invita a vivir gozosamente conscientes de su presencia en nosotros; de la presencia trinitaria en nosotros. Teresa de Ávila escribe: Entendamos que no hay cosa más preciosa que lo que llevamos dentro de nosotros. No nos imaginemos huecos en lo interior. Teresa se hace eco de las palabras de Jesús: Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14, 25).

Los ayunos y prácticas ascéticas tienen sentido si sirven para centrarnos más en el Novio y en los prójimos. La alegría es la tónica general de quien vive en sintonía con el Evangelio. El Papa Francisco dice: La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.

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