16/06/2022 Jueves 11 (Mt 6, 7-15)

Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre.

Padre nuestro. Es una traducción pobre; carece de calidez y ternura. Sería mejor decir: Papá nuestro; trasmite mejor la idea de Jesús. El Dios de Jesús es Padre y Madre, brazos siempre abiertos, parto con dolor y gozo, amor gratuito, corazón tierno…

Y no es Padre mío, sino Padre nuestro. Para Él, amar al hermano es amarle a Él, y distanciarse del hermano es distanciarse de Él. No nos quiere individualistas, con corazón pequeño; nos quiere con corazón grande, abierto a todos.

Santificado sea tu Nombre. Así habló Dios por boca del profeta: Yo santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones… Y las naciones sabrán que yo soy el Señor cuando yo, por medio de vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos (Ez 36, 23). Ahora ha llegado la hora de la santificación, de la glorificación del nombre de Dios. Porque cuando yo sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn 12, 32). Entonces, cuando todo le quede sometido, también el Hijo se someterá al que le sometió todo, y así Dios será todo para todos (1 Cor 15, 28).

Llegada la Hora, en su oración final, Jesús se mantiene en su empeño de santificar y glorificar el nombre de Dios: Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar (Jn 17, 4).

Rezando el Padrenuestro, sintonizamos primero con la vivencia personal de Jesús de intimidad y de confianza; el encuentro íntimo con Dios es lo esencial de la oración. Luego nos unimos a Él en la tarea de hacer que su reino venga a nosotros.

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