20/05/2020 Miércoles 6º de Pascua (Jn 16, 12-15)

Muchas cosas me quedan por deciros pero no podéis con ellas por ahora.

¿Muchas cosas? Por ejemplo, el conocimiento profundo de la persona de Jesús y de su Evangelio; o el entendimiento lúcido de las Escrituras.

La vida de Jesús, tan limitada en espacio, en tiempo y en todo aspecto, significó la entrega absoluta de Dios al hombre: Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo (Jn 3, 16); Hijo de Dios, Jesús, que nos amó hasta el extremo (Jn 13, 1). Con razón Jesús escogerá en sus parábolas a una diminuta semilla como imagen del Reino de Dios. Esta será la tarea del Espíritu: guiarnos a la comprensión de la verdad entera.

Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.

No será solamente recordándonos lo dicho por Jesús que hayamos olvidado; será dándonos la sabiduría y el discernimiento para actuar como actuaría Jesús ante situaciones nuevas: os explicará lo que ha de venir. La presencia del Espíritu es creativa. El cristiano animado por el Espíritu nunca comulgará con el dicho popular: más vale malo conocido que bueno por conocer.

El Espíritu lleva a cabo esta tarea en la intimidad del corazón. Por eso es necesario concederle espacios de silencio y escucha a la luz de la Palabra de Dios. Así es cómo llegamos a ver la realidad de Dios, de los hombres y del universo con los mismos ojos de Dios. Así es cómo aprendemos a leer el pobre presente a la luz del glorioso futuro Así es como hacemos nuestra la visión del Apocalipsis: Me mostró el río de agua de vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero (Apo 22, 1).

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