Muchas cosas me quedan por deciros pero no podéis con ellas por ahora.
¿Muchas cosas? Por ejemplo, el conocimiento profundo de la persona de Jesús y de su Evangelio; o el entendimiento lúcido de las Escrituras.
La vida de Jesús, tan limitada en espacio, en tiempo y en todo aspecto, significó la entrega absoluta de Dios al hombre: Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo (Jn 3, 16); Hijo de Dios, Jesús, que nos amó hasta el extremo (Jn 13, 1). Con razón Jesús escogerá en sus parábolas a una diminuta semilla como imagen del Reino de Dios. Esta será la tarea del Espíritu: guiarnos a la comprensión de la verdad entera.
Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.
No será solamente recordándonos lo dicho por Jesús que hayamos olvidado; será dándonos la sabiduría y el discernimiento para actuar como actuaría Jesús ante situaciones nuevas: os explicará lo que ha de venir. La presencia del Espíritu es creativa. El cristiano animado por el Espíritu nunca comulgará con el dicho popular: más vale malo conocido que bueno por conocer.
El Espíritu lleva a cabo esta tarea en la intimidad del corazón. Por eso es necesario concederle espacios de silencio y escucha a la luz de la Palabra de Dios. Así es cómo llegamos a ver la realidad de Dios, de los hombres y del universo con los mismos ojos de Dios. Así es cómo aprendemos a leer el pobre presente a la luz del glorioso futuro Así es como hacemos nuestra la visión del Apocalipsis: Me mostró el río de agua de vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero (Apo 22, 1).