23/06/2020 Martes 12 (Mt 7, 6; 12-14)

No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas y después, volviéndose, os despedacen.

Hay ocasiones, como ahora, en que Jesús nos sorprende con palabras que desentonan en quien se proclama a sí mismo como el manso y humilde de corazón del que debemos siempre aprender. ¿Cómo entender lo de las perlas y los perros y los puercos?

Jesús dedica una de sus parábolas a la más preciosa de todas las perlas: el Evangelio. Quienes hemos descubierto y disfrutamos de la perla del Evangelio intentamos hacer a otros partícipes de nuestra riqueza. Sí debe ser. Pero ante el rechazo, mejor irnos a otro lugar (Mt 10, 23): A oídos de necio no hables (Prov 23, 9). No siempre y no en cualquier lugar se puede decir cualquier cosa, por buena y verdadera que sea.

Muchas cosas dice Jesús a los discípulos que no dice a la gente. Habrá ocasiones en que optará por el silencio. Llegamos al mejor discernimiento sobre el qué y el cómo y el cuándo hablar, desde una vida interior iluminada por la Palabra de Dios.

Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos. En esto consiste la ley y los profetas.

El gran Sermón de la Montaña está tocando a su fin. Llama la atención el que Jesús ofrezca una regla de conducta que, siendo buena para todos, es insuficiente para sus seguidores. Porque nosotros no podemos movernos en la órbita de la reciprocidad o de la equivalencia; lo nuestro, como lo de Jesús, es movernos en la órbita de la sobreabundancia o de la gratuidad. Claro que Él, sentado sobre la montaña, hablaba para todos.

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