23/09/2020 San Pío de Pietrelcina (Lc 9, 1-6)

Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar.

Es la primera misión de los Doce. Es un ensayo. Es un modelo de lo que debe ser la misión de todo creyente, amoldando cada uno las palabras de Jesús a su circunstancia personal. Porque la misión es cosa de todo creyente. No importa la geografía o el estado de vida. La misión no es nuestra, sino suya. Somos enviados por Él; su Espíritu nos acompaña con su poder, y por eso somos capaces de realizar prodigios. Tenemos sus mismos poderes. Es cuestión de fe. Por torpe que sea el seguimiento, si perseveramos, nos irá formateando a su imagen y semejanza.

Y les dijo: No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata.

Una dimensión clave de la misión es la de vivir como Él vivió: con austeridad y desprendimiento, confiando más en el testimonio de vida que en las estructuras o medios de que disponemos. Misionamos, damos testimonio de nuestra fe, transmitimos salud de cuerpo y de alma al estilo de Jesús; con pocos medios y confiando en la acogida de la gente. Donde no se nos acoge sacudimos el polvo de los pies y nos vamos a otra parte.

Como a los Doce, Jesús nos invita también a nosotros hoy a anunciar el Evangelio en nuestros ambientes. Solo se puede comunicar aquello que hemos hecho, experimentado y actualizado. La fe o se renueva cada día o se muere. El anuncio surge entonces desde la experiencia del agradecimiento y, por eso, no es impositivo, sino persuasivo (Papa Francisco).

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