24/07/2020 Viernes 16 (Mt 13, 18-23)

Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador.

Vosotros. Ahora están ellos solos, lejos de la multitud. Jesús les/nos pide apertura a su Palabra y resistencia a todo lo que se opone a que la semilla sembrada produzca sus frutos. No es que unos seamos terreno bueno y otros terreno malo. Podemos ser terreno bueno hoy y terreno malo mañana. Podemos abrir los oídos a la Palabra hoy, para cerrarlos mañana.

Es cierto que nosotros, discípulos de Jesús, hemos acogido la semilla con alegría. Y que la semilla ha germinado. Pero la dificultad llega con la prueba. ¿Queremos realmente producir fruto o nos parece que el precio que se nos pide es excesivo y acabamos permitiendo que los abrojos sofoquen la semilla?

La prueba nos llega a todos. Para muchos de nosotros con la edad, tal como avisaba Jesús a Pedro: Cuando eras joven tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás las manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras (Jn 21, 18).

Llegado a mayor, también el bueno de Pedro supo de la prueba de fuego: Es preciso que todavía, por algún tiempo, seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza (1 P 1, 6-7).

Puede servirnos de consuelo la terrible prueba de fe de santa Teresita que, al final de su vida, cuando sus hermanas de comunidad pensaban que disfrutaba de luz y bienestar interior, confesaba: Las nieblas que me rodean se hacen cada vez más densas. Cuando canto la felicidad del cielo, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer.

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