26/03/2021 Viernes 5º de Cuaresma (Jn 10, 31-42)

Los judíos trajeron otra vez piedras para apedrearle.

Esto sucede durante la celebración, en invierno, de la fiesta de la Dedicación instituida por los Macabeos. Los judíos del Evangelio de Juan son los dirigentes de aquella sociedad. Son personas religiosas e íntegras, y necesitan piedras siempre a mano. Estuvieron a punto de usarlas contra la mujer adúltera primero (8, 5), y luego contra Jesús (8, 59). Instalados en la ley y la tradición, velan por la integridad de la doctrina y de la moral. Desconocen la dimensión vivencial y social de la religión. Ignoran el oráculo de Dios en el profeta Oseas: Yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios más que holocaustos (Os 6, 6).

¿No está escrito en vuestra ley: Yo os digo: sois dioses?

Le acusan de blasfemia porque, siendo hombre te haces a ti mismo Dios. Jesús contesta con este pasaje del salmo 82, que aplica a los instruidos por la palabra de Dios. El argumento, que no convence a los judíos, nos da pie a nosotros para reflexionar sobre la filiación divina. Nosotros, por la fe, nos sabemos hijos de Dios. Pero, ¿vivimos esta realidad intensamente o superficialmente? ¿Estamos seguros de que esta filiación no depende de cómo nos comportemos? ¿Nos sabemos queridos, como los dos hijos de la parábola del pródigo, también cuando pecamos? ¿Estamos convencidos de que todo ser humano, cristiano o no, es hijo de Dios y que, por tanto, la fraternidad no debe conocer barreras?

Precisamente porque es justo, Dios es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Pues Él conoce nuestra masa y se acuerda de que somos barro. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles (Santa Teresita).

    0