27/01/2024 Sábado 3º (Mc 4, 35-41)

Aquel día, al atardecer, les dijo: Pasemos a la otra orilla.

Aquel día había enseñado mucho. Con parábolas: el sembrador, la semilla que crece sola, el grano de mostaza. Lo que sucede ahora, al atardecer, se parece a una parábola: Pasemos a la otra orilla. Es una orilla desconocida. No sabemos adónde vamos pero…, sabemos con quién vamos.

Se levantó un viento huracanado, las olas rompían contra la barca que estaba a punto de anegarse.

A lo largo de la travesía llegan las tormentas. A veces terroríficas. El pánico nos paraliza y tememos lo peor. Entretanto, Él dormía en la popa sobre un cojín. Es una escena real y parabólica. Para ser contemplada y disfrutada. Por una parte, el sueño de Jesús, tan seguro de Abbá; por otra parte, la angustia de los discípulos que viven la tormenta como si estuvieran solos. Se habían dejado llevar por el miedo porque se habían quedado mirando las olas más que mirar a Jesús. Y el miedo nos lleva a mirar las dificultades y no mirar al Señor que muchas veces duerme (Papa Francisco). 

¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?

Jesús no pide a los suyos ser buenos; exige, desde el principio, que crean y confíen en Él. Que renunciando a sus ideas y sus fuerzas, se abandonen a la palabra y al poder de Jesús. La fe que Jesús nos exige es confianza y abandono; es el acto supremo de humildad. Por eso es especialmente difícil para los ricos; para quienes poseen bienes materiales o inmateriales.

¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?

El mismo asombro que el de poco antes ante los espíritus inmundos: Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen (Mc 1, 27).

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