Aquel dÃa, al atardecer, les dijo: Pasemos a la otra orilla.
Aquel dÃa habÃa enseñado mucho. Con parábolas: el sembrador, la semilla que crece sola, el grano de mostaza. Lo que sucede ahora, al atardecer, se parece a una parábola: Pasemos a la otra orilla. Es una orilla desconocida. No sabemos adónde vamos pero…, sabemos con quién vamos.
Se levantó un viento huracanado, las olas rompÃan contra la barca que estaba a punto de anegarse.
A lo largo de la travesÃa llegan las tormentas. A veces terrorÃficas. El pánico nos paraliza y tememos lo peor. Entretanto, Él dormÃa en la popa sobre un cojÃn. Es una escena real y parabólica. Para ser contemplada y disfrutada. Por una parte, el sueño de Jesús, tan seguro de Abbá; por otra parte, la angustia de los discÃpulos que viven la tormenta como si estuvieran solos. Se habÃan dejado llevar por el miedo porque se habÃan quedado mirando las olas más que mirar a Jesús. Y el miedo nos lleva a mirar las dificultades y no mirar al Señor que muchas veces duerme (Papa Francisco).Â
¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Jesús no pide a los suyos ser buenos; exige, desde el principio, que crean y confÃen en Él. Que renunciando a sus ideas y sus fuerzas, se abandonen a la palabra y al poder de Jesús. La fe que Jesús nos exige es confianza y abandono; es el acto supremo de humildad. Por eso es especialmente difÃcil para los ricos; para quienes poseen bienes materiales o inmateriales.
¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?
El mismo asombro que el de poco antes ante los espÃritus inmundos: Manda hasta a los espÃritus inmundos y le obedecen (Mc 1, 27).