27/03/2024 Miércoles Santo (Mt 26, 14-25)

El Evangelio de hoy se abre con la figura de Judas: ¿Qué me dais si os lo entrego a vosotros? Luego, tras los preparativos de la cena pascual, Judas reaparece: ¿Soy yo, maestro?

Dediquemos unos momentos a considerar algo tan desconcertante como la traición de este discípulo. Por varias razones. La primera, aunque no la más importante, porque Judas representa tantas contradicciones de la vida humana. Pero la razón más importante es que… ¿Qué es lo que provocó la traición? ¿El dinero, la ambición, la desilusión? ¿O debemos buscar el motivo en otra parte? Porque Judas forma parte del designio de salvación de Dios. Si es cierto que sin el pecado de Adán no habríamos tenido a Jesús, es igualmente cierto que sin la traición de Judas no habríamos tenido la suprema manifestación del amor de Dios en la pasión y muerte de Jesús.

Quizá, tras unos momentos dedicados a la misteriosa figura de Judas, convendrá cerrar nuestra consideración siguiendo el consejo de santa Teresa: Hemos de dejar en todas estas cosas de buscar razones para ver cómo fue. Pues no llega nuestro entendimiento a entenderlo, ¿para qué nos queremos desvanecer? Pues no somos ninguna parte, por diligencias que hagamos para alcanzarlo, sino que es Dios el que lo hace, no lo queramos ser para entenderlo (5 M 1, 11).

Tras poner a Judas en los brazos del Padre misericordioso, ponemos los ojos en quien nos ha amado hasta el extremo. Porque, como dice san Agustín, si grande es lo que el Señor nos promete para el futuro, mucho más grande es lo que celebramos recordando lo que Él ha hecho por nosotros. Proclamemos que Cristo fue crucificado por nosotros; hagámoslo no con miedo sino con júbilo, no con vergüenza sino con orgullo.

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