Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca.
Así pues. Jesús concluye el gran sermón de la montaña con esta parábola de las dos casas. Parecería que Jesús se ha inspirado en el profeta Isaías que nos ha dicho en la primera lectura: Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la roca perpetua.
¿Quizá sería más oportuno hablar de la parábola de la sensatez y de la insensatez? Porque quien edifica su vida sobre estas palabras mías es persona sensata, y quien la edifica ajena a estas palabras mías es persona insensata. Son varias las parábolas dedicadas por Jesús a la sensatez e insensatez: las diez muchachas (Mt 25, 1), el rico insensato (Lc 12, 16)…
Son dos las cosas necesarias para una vida sensata. La primera es la escucha de estas palabras mías; la segunda, ponerlas en práctica. La primera no es suficiente, pero sí necesaria. Sin la primera, no hay segunda. Jesús quiere que, los por Él elegidos con el don de la fe, seamos no solamente buenos, sino también sensatos y, por tanto, dichosos. Es posible ser persona piadosa y buena, y arrastrar una vida triste ensombrecida, por ejemplo, por la culpa. Sucede cuando la vida gira en torno a uno mismo y no en torno a estas palabras mías.
Dice el Vaticano II que la Sagrada Escritura, que es lo mismo que decir estas palabras mías, es poder de Dios para la salvación de todo el que cree. Estas palabras mías: ahí tenemos la roca sobre la que nos mantenemos firmes ante tantos elementos que buscan derrumbarnos.
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