El sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret.
En el principio, cuando Dios crea cielos y tierras, brilla el esplendor de la grandiosidad. Pero, llegada la plenitud de los tiempos, brilla el esplendor de la humildad. La encarnación tiene lugar en una aldea desconocida, con una muchachita sencilla, en el anonimato… La cosa resultó desconcertante para los judíos; lo sigue siendo para quienes anhelan triunfos espectaculares.
Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Alégrate: Llega la salvación, llega el tiempo de la alegría: Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión. Clama con voz poderosa, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: Ahí está vuestro Dios (Is 40, 9). Es una alegría que acompañará a María a lo largo del duro camino que recorrerá hasta la cruz.
Llena de gracia: En María (significa la-amada-de-Dios), se concentra el amor de Dios por todo el mundo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único (Jn 3, 9).
He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
No solo este momento; la vida entera de María está incluida en esta profesión de abandono. Todo lo que vendrá después, de Belén al Calvario, está contenido en estas palabras. Hacemos muy bien cuando cantamos: Madre de todos los hombres, enséñanos a decir: Amen.
Y en ese momento la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn 1, 14). ¿Quién lo habría podido imaginar? El Todopoderoso, el Eterno, hecho embrión en el seno de una mujer: Grita alborozada, Sión, lanza clamores, Israel. Festéjalo exultante, que el Señor ha echado a tus enemigos. El Señor está dentro de ti y ya no temerás nada malo (Sof 3, 14-15).
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