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26/10/2022 Miércoles 30 (Lc 13, 22-30)

Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan?

Aquel buen hombre, como tantos otros, piensa que los que se salvan son pocos, muy pocos. Porque para que uno se salve son necesarios el esfuerzo, la fuerza de voluntad, la renuncia, la piedad… Menos mal que los criterios de salvación del Señor son otros: Pelead por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán y no podrán.

Quien hizo la pregunta quedaría defraudado. Jesús no respondió como él esperaba. El buen hombre no llegó a entender que, hablando de la puerta estrecha, Jesús hablaba de sí mismo: Yo soy la puerta (Jn 10, 7). Él es puerta estrecha para quienes confían en sus esfuerzos y en sus ejercicios de piedad. Él es puerta estrecha para quienes no salen de sí mismos. Pero para quienes, saliendo de sí mismos, entran por la puerta que es Jesús, todo se hace supremamente sencillo. Santa Teresita estaba tan profundamente convencida de esto: El Señor va a verse en un gran apuro porque yo no tengo obras. Así que no podrá pagarme según mis obras. Pues bien, me pagará según las suyas.

Hay buenos cristianos que creen en sí mismos, en su rectitud y en su piedad. No han entendido que la salvación no se puede adquirir con méritos. No han entendido que todo lo que somos y tenemos, también la salvación, es don gratuito de Dios: De balde os han salvado por la fe, no por mérito vuestro, sino por don de Dios; no por las obras, para que nadie se jacte. Somos obra suya, creados por medio del Mesías Jesús para realizar las buenas acciones que Dios nos había asignado como tarea (Ef 2, 8-10).

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