Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.
Sigue habiendo personas así de enfermas. Torturadas por sus propios sufrimientos, marginadas, autodestructivas. A las más violentas se les atiende en centros psíquicos especializados. Nos resulta sencillo identificar al geraseno del Evangelio con personas conocidas que, sin estar en esos centros, viven unas vidas infernales debido a sus adicciones.
Lo que no resulta tan sencillo es identificarnos a nosotros mismos con el geraseno. Pero, ¿no es cierto que también nosotros nos autoherimos y nos hacemos daño con el pecado? Porque el pecado hace de mí el mayor enemigo de mí mismo y de mi bienestar interior.
Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él.
Jesús ejerce gran poder de atracción sobre aquel hombre: Pero, al mismo tiempo le pide que le deje tranquilo: ¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes. Es algo contradictorio que también se da en nosotros los que decimos creer y querer a Jesús; tememos que sea demasiado exigente con nosotros.
Había cerca una gran piara de cerdos.
Entendamos lo referente a los cerdos en sentido figurado, con el hijo pródigo y sus cerdos como telón de fondo.
Los cerdos son esas servidumbres de las que tanto me gustaría verme libre. Servidumbres que no sé hasta qué punto están ahí por culpa mía. Lo que sí sé es que esos cerdos desaparecen al acercarme a Jesús.
Comenzaron a rogarle que se alejara de su término.
La victoria de Jesús ante el espíritu inmundo no obtiene ningún reconocimiento. La sociedad, muy educada y razonable, no quiere ser molestada; prefiere quedarse con sus cerdos.
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