Jesús, que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: No temas, solamente ten fe.
Jairo tiene fe en Jesús. Ha acudido a Él convencido de que puede curar a su niña gravemente enferma: Mi hija está a punto de morir. Ven, impón las manos sobre ella, para que se salve y viva. Claro que Jairo podría haber tenido una fe más grande. Podría haber dicho, como el centurión romano, que no era necesaria la presencia física; que una palabra sería suficiente. Cuando le comunican que su hija ha muerto y que no vale la pena molestar más al Maestro, podría haber creído que Jesús tenía también poder sobre la muerte. Podría.
Jesús, aunque ocupado con la mujer de las hemorragias, llega a oír lo que dicen a Jairo y se apresura a cerrarle la boca: No temas, solamente ten fe. Cuando llega a casa de Jairo dice a quienes lloran en torno al cadáver de la niña: La niña no ha muerto; está dormida. Y se burlaban de Él. Jesús tiene una visión muy personal de la muerte. Habla de la suya en repetidas ocasiones y siempre asocia muerte y resurrección, muerte y vida en plenitud.
En los dos milagros del Evangelio de hoy el protagonista es la fe. A lo largo de su vida, Jesús se mostrará exigente con la calidad de fe de sus discípulos; no tanto con la de los no discípulos. Se mostrará poco devoto de ritos tradicionales: Echó fuera a todos. Se mostrará muy delicado con las personas: Tomó consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos. Luego, después de devolver a la vida a la niña, pedirá a sus padres que le den de comer.
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