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06/01/2025 Epifanía del Señor (Mt 2, 1-12)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 5 ene
  • 2 Min. de lectura

Habiendo Jesús nacido en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos sabios de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.

El evangelista Juan, en la primera página de su Evangelio, página especialmente profunda, nos habla del origen de Jesús, el Salvador: en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Hoy, el evangelista Mateo, en esta página especialmente poética de los sabios de Oriente, nos dice para quién es la salvación que nos trae el hijo de María. El relato es tan inspirado que ha estimulado la fantasía de los hombres de modo que, a lo largo de los siglos, lo han ido enriqueciendo con numerosos detalles: que si eran reyes, que si eran tres, que si se llamaban fulanito y menganito, que si eran de distintas razas. Todo encantador. Y, sobre todo, todo, en el fondo, rematadamente verdadero.

La estrella que habían visto en Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño.

Los sabios de Oriente, dice el papa Benedicto, son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia. Toda la historia humana y la creación entera. Porque el cosmos entero habla de Jesús, aunque su lenguaje no sea fácil de descifrar. Es el niño de María quien guía toda la historia y toda la creación. En el niño de María, como los sabios de Oriente, descubrimos lo divino en lo humano. En el niño de María vemos que Dios es Amor y que, ante esta realidad, los que seguimos los pasos de los sabios de Oriente debemos vivir en el gozo y la acción de gracias.

El Papa Francisco dice: ¡Pensemos en estos sabios que se postran hasta el suelo para adorar a un niño! No es fácil adorar a este Dios cuya divinidad permanece oculta y no parece triunfante. El gesto de los sabios de Oriente significa acoger la grandeza de Dios que se manifiesta en la pequeñez.

 
 
 

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