11/01/2025 Sábado después de Epifania (Lc 5, 12-16)
- Angel Santesteban
- 10 ene
- 2 Min. de lectura
Estando en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra.
Es grande la determinación de este hombre. Su fe en Jesús puede más que lo que la ley de Moisés decreta sobre el leproso: Es impuro y vivirá aislado; fuera de campamento tendrá su morada (Lev 13, 46). Jesús aprueba el comportamiento del leproso cuando también Él se olvida de la ley de Moisés y toca al leproso: Extendió la mano y le tocó.
¿Y si yo también me afirmo en mi fe, y me acerco a Jesús con toda determinación y con toda perseverancia, y le presento las lepras de mi egoísmo, de mi orgullo, de todo lo que me afea ante el Señor, ante los otros y ante mí mismo? Seguro que si lo hago un día sí y otro también, mis lepras irán desapareciendo.
Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Lo tengo claro, Señor. Si quieres, quedaré limpio. Y si no lo quieres, continuaré con mis lepras, convencido de que por algo las permites. Como permitiste la muerte de Lázaro: Esta enfermedad no es de muerte, es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella (Jn 11, 4).
En la plegaria del leproso no hay gemidos ni angustias. Hay un hágase tu voluntad que es sincero; pero, si posible, se pide coincida con la petición. Exactamente como lo hiciste tu, Señor, en tu oración de Getsemaní.
Él extendió la mano, le tocó y dijo: Quiero, queda limpio. Y al instante le desapareció la lepra.
El poder de su misericordia está por encima de cualquier otro poder: el poder de toda ley, de toda ciencia, de todo lo previsible para los humanos.
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