Esta generación es malvada: reclama una señal, y no se le concederá más señal que la de Jonás.
El Evangelio de las tentaciones de Jesús del pasado domingo concluía así: El diablo le dejó hasta otra ocasión. La de hoy es una de las muchas ocasiones en que el diablo vuelve a la carga. La gente le pide un milagro que justifique la autoridad que reivindica Jesús. También hoy buscamos milagros que justifiquen nuestra fe. San Juan de la Cruz nos advierte: El que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no solo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad… Dios podría responderle de esta manera: Pon los ojos solo en Él, porque en Él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en Él aun más de lo que pides y deseas.
La señal que Jesús ofrece al mundo es la de su muerte y resurrección prefiguradas en la figura de Jonás. Sus seguidores debemos seguirle sin condicionamiento alguno. Nos fiamos de Él y le sigamos con ojos cerrados por ese camino que Él ha emprendido hacia Jerusalén y la cruz. Parece absurdo e irracional, pero es el camino de la paz y de la vida; es el camino del Amor. Por eso, como dice Pablo: Mientras los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura divina es más sabia que los hombres, y la debilidad divina más fuerte que los hombre (1 Cor 1, 22-25).
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