Si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más dará vuestro Padre del cielo cosas buenas a los que se las pidan!
Con lo malos que sois. San Pablo conocía bien lo malo que era: ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? (Rm 7, 24). Pero eso no le hunde en la tristeza; al contrario, le da alas que le elevan hacia Dios: Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo…, porque cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte (2 Cor 12, 10).
¡Cuánto más vuestro Padre del cielo! Con esta entrañable parábola Jesús nos invita a esculpir en nosotros la más auténtica imagen de Dios. Que no sea la de un Dios severo que inspira miedo. Porque Dios es todo y solo amor. Y esto hace ir por la vida como niños, confiados y alegres, con la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rm 8, 21). Como santa Teresita: Mi camino es todo él de confianza y de amor, y no comprendo a las almas que tienen miedo de tan tierno amigo. Basta reconocer la propia nada y abandonarse, como un niño, en los brazos de Dios.
Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá.
En la sobremesa de la última cena, lo dirá así: Lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré (Jn 14, 13). El Papa Francisco comenta: ¿Cuántas veces hemos llamado y hemos encontrado una puerta cerrada? Jesús nos insta a insistir y no rendirnos. La oración siempre transforma la realidad. Si las cosas no cambian a nuestro alrededor, al menos nosotros cambiamos, cambiamos nuestro corazón.
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