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17/01/2025 San Antonio, abad (Mc 2, 1-12)

Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo por el gentío, levantaron el techo encima de donde estaba Jesús, y por el boquete que hicieron descolgaron la camilla en que yacía el paralítico.

La fuerza de la fe es tan grande que supera todo obstáculo. Si la fuerza de mi fe no es tanta, me vale la de amigos y hermanos. La fe de aquellos hombres me recuerdan palabras como: Basta que tengas fe (Mc 5, 36); Todo es posible para el que cree (c 9, 23). El tesón de aquellos hombres me dice además que la verdadera fe es para mí y también para otros; que la fe se hace pies y manos para servir.

Aquellos hombres creen en Jesús y están convencidos de que Él puede dar nueva vida al amigo encamillado. No sabemos si el enfermo creía en Jesús. Parece un imposibilitado total en lo físico y en lo espiritual. No hace ni dice nada. No importa; porque Jesús viendo la fe de aquellos hombres dice al paralítico: Hijo, tus pecados quedan perdonados.

Jesús atiende primero a la parálisis interior. Luego a la exterior: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa. Levántate: recupera tu dignidad, sé tú mismo, no dependas tanto de otros. Coge tu camilla: No olvides tu pasado. Igual que yo de resucitado conservo las llagas de mi pasión y con ellas recupero a Tomás y muchos otros, así tú conserva esa camilla que te ayudará a vivir en la alabanza; con ella ayudarás a otros paralíticos. Vete a tu casa: Yo también, después de mi muerte en la cruz, me levanté y me fui a casa; con las heridas de la pasión gloriosamente presentes en mi cuerpo.

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