Sucedió que un sábado cruzaba Jesús por los sembrados.
Hermosa estampa. Jesús que disfruta de la naturaleza, que se toma la vida con mucha tranquilidad, y que pasa un rato agradable con sus discípulos que comen unos granos de trigo tierno.
Mira, ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?
Estampa no tan hermosa. Los fariseos que se toman la vida con mucha seriedad, que no aceptan que las cosas se tomen a la ligera y que no saben de fiestas de bodas ni de novios. Lo suyo es la ley.
San Juan dice en el prólogo de su Evangelio: La ley fue dada por Moisés; la gracia y la verdad nos vinieron por Jesucristo.
Hemos sido llamados a sumergirnos en ese abismo de gracia y de verdad que es Jesús. El nos hace libres: Para ser libres nos ha liberado Cristo. Si estáis guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley (Gal 5, 1; 18). Para esto es el domingo.
El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del Hombre es Señor también del sábado.
El sábado es la institución más importante de la religión judía. En torno al sábado se fue creando una normativa tan extensa y minuciosa que muchos han perdido el sentido esencial del sábado. Lo instituido para liberar se convierte en instrumento de opresión.
Algo parecido nos puede suceder a nosotros. Lo esencial del domingo es dedicar nuestro tiempo al Señor para darle gracias. Lo desvirtuamos cuando dejamos de poner los ojos en el Señor para atender a lo preceptual, a lo que debemos o no debemos hacer en domingo. Desvirtuamos el domingo si, atendiendo a obligaciones o prohibiciones, olvidamos celebrar e interiorizar.
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