24/12/2025 Miércoles 4º de Adviento (Lc 1, 67-79)
- Angel Santesteban

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Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo.
El pueblo judío vivía expectante. Flotaba en el aire la inminencia del cumplimiento de las promesas de Dios a su pueblo (Gen 17, 4-21).
El cántico de Zacarías, el Benedictus, nos muestra cómo los nueve meses de silencio, de noche oscura, condujeron a Zacarías a confiar en Dios, a pesar de lo inverosímil de sus promesas. Contemplemos a Zacarías, padre feliz de un hijo tan querido como inesperado; él, como María en el Magnificat, capta ahora que es el Dios-Amor quien mueve los hilos de la historia personal y universal.
Suscitándonos una fuerza de salvación… Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian.
Fuerza de salvación. Liberación en primer lugar, del propio ego, el mayor de nuestros enemigos. Hay muchos otros: miedos, complejos, compulsiones, orgullos tontos, etc.
Nos visitará el sol que nace de lo alto.
Es el punto culminante del cántico. La humanidad, envuelta en tinieblas y en sombras de muerte, es iluminada por este sol que guía nuestros pasos por el camino de la paz (Lc 1, 79).
La salvación del Benedictus es salvación total, absoluta. Nos la trae el hijo de María. No es solamente para el alma, o para el más allá; es para cuerpo y alma, para el antes y el después del tránsito de la muerte. Y es, sobre todo, salvación gratuita. El P. Cantalamessa, predicador de ejercicios del Papa, escribe: La mayoría de los cristianos llega al final de la vida sin haber escuchado jamás un anuncio directo de justificación gratuita mediante la fe. Solo han oído algo como: Sí, pero… Demasiados peros.
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