Desde allí fueron recorriendo Galilea, y no quería que nadie lo supiera.
Trata de evitar a la gente ya que está intentando instruir a los discípulos sobre el asunto de la mayor importancia: Este Hombre va a ser entregado en manos de los hombres que le darán muerte…
Ellos, aunque no entendían el asunto, no se atrevían a preguntarle.
Es la segunda vez que les anuncia su pasión y muerte. Ellos no le entienden. Distanciándose de Él para no ser escuchados, discuten sus propios asuntos. Siguen convencidos de que Jesús les aportará gloria y honores. Tuvo que ser desalentador para Jesús comprobar la poca sintonía entre Él y sus discípulos.
La convivencia entre ellos y Jesús no es idílica. Por ambos lados hay frustraciones y decepciones. Falta sintonía. Él recurre a la paciencia que todo lo alcanza; llegará el momento. Ellos, convencidos de la gloria terrena que les espera, toleran esta idea, para ellos obsesiva, de Jesús.
¿De qué hablabais por el camino? Se quedaron callados… Tomando un niño, lo puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo: El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe.
Hermosa escena para la contemplación. Para fijar la atención en Jesús, en los discípulos, en el niño. Contemplamos primero lo exterior; luego tratamos de entrar en lo interior de todos ellos. Jesús, acariciando al niño en medio del grupo de discípulos, está proclamando que la dignidad del cristiano está en el servicio a los más pequeños.
Éste es el camino del cristiano. Contra el espíritu del mundo hay solo un camino: la humildad. Servir a los demás, elegir el último lugar, no trepar (Papa Francisco).
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