Ilustre Teófilo. Así comienza el Evangelio de Lucas. El Evangelista escribe para todo amigo de Dios, y quiere que todo amigo de Dios, todo teófilo, todos nosotros, conozcamos la solidez de las enseñanzas que hemos recibido. La solidez de una vida cristiana se mide por la mayor o menor familiaridad con la Palabra de Dios, especialmente la de los Evangelios. El Papa Francisco nos dice que para convertirnos al Dios verdadero, Jesús nos indica de dónde debemos partir: de la Palabra. Ella, contándonos la historia del amor que Dios tiene por nosotros, nos libera de los miedos y de los conceptos erróneos sobre Él, que apagan la alegría de la fe. Volvamos a poner la Palabra en el centro de la oración y de la vida espiritual.
La lectura del Evangelio de Lucas nos va a acompañar durante los domingos del tiempo ordinario de este año. Hoy hemos contemplado la primera escena de la vida pública de Jesús, después de su bautismo y de su retiro en el desierto: Vino a Nazaret, donde se había criado, entró según su costumbre en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura.
Leído el texto del profeta Isaías, Jesús se siente lleno del Espíritu de Dios y dice: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír. Se presenta a sí mismo como el dador de la Buena Noticia a los pobres, y el proclamador del año de gracia del Señor. Es curioso que Jesús omita las palabras finales de la profecía de Isaías que hablan del día de la venganza de nuestro Dios (Is 61, 2). Las omite porque quienes le escuchan asocian la venganza con el castigo. Cuando la verdad es que la venganza del Señor no es otra que su misericordia. Teresa de Ávila lo sabe muy bien cuando se dirige al Señor con estas palabras: Con regalos grandes castigabais mis delitos.
Con Jesús comienza el año de gracia; con Jesús comienzan los tiempos nuevos; tiempos de gracia y de perdón, no de venganza y de condenación.
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