Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: Tiene dentro el espíritu de Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.
Se suele decir que de la boca brota lo que abunda en el corazón. Los escribas acusan a Jesús de estar poseído por el diablo. Estos escribas me pueden ayudar a comprender que cuando, de primeras, condeno a mi prójimo por algo que veo en él, haré bien en, de segundas, apuntar el dedo hacia mí mismo; entonces constataré que lo que no soporto en el otro es lo que llevo dentro de mí sin haberlo reconocido.
Estos escribas me hacen ver también que Jesús fue un incomprendido por los sabios de su tiempo. Pero podríamos preguntarnos si nosotros, los que nos decimos seguidores suyos, le comprendemos. Preguntarnos si de verdad comulgamos con sus sentimientos y con su mentalidad.
El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás.
Blasfema contra el Espíritu Santo quien se cree rico en saber y en poder; quien se cree autosuficiente; quien cree no necesitar de nadie para alcanzar cualquier meta, incluida la salvación. En verdad, dichosos los pobres, los que no creen en sí mismos.
Ante el pobre, el débil, el cobarde, el adúltero, el ladrón, Jesús se hace misericordia y compasión. Pero ante el rico y autosuficiente, ante el pecado contra el Espíritu Santo, Jesús se ve impotente. Estamos ante un gran misterio: la libertad del hombre por una parte, y la gracia de Dios por otra. Claro que es más fuerte la gracia de Dios. Porque la omnipotencia de Dios consiste, sobre todo, en abrir un corazón a su gracia y hacerlo de modo que respete plenamente la libertad humana.
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