Escuchad. Una vez salió un sembrador a sembrar.
Para el Papa Francisco, esta parábola del sembrador es un poco la madre de todas las parábolas, porque habla de la escucha de la Palabra. Nos recuerda que la Palabra de Dios es una semilla que en sí misma es fecunda y eficaz; y Dios la esparce por todos lados con generosidad, sin importar el desperdicio. ¡Así es el corazón de Dios!
La parábola plantea algunas preguntas: ¿Dónde recae el acento: en el sembrador, en la semilla, en la tierra? Jesús es la semilla sembrada por el Padre. A pesar de tantos obstáculos, el fruto será abundante, porque en la plenitud de los tiempos, todo tendrá a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra (Ef 1, 10). El desarrollo del proyecto de Dios, difícil de entender para la lógica humana, concluirá con un triunfo absoluto al final de la historia, cuando nos gocemos en la plenitud del que lo llena todo en todo (Ef 1, 23).
Otras cayeron en tierra fértil: brotaron, crecieron y produjeron: unas treinta, otras sesenta, otras cien.
Nuestro Sembrador no padece el síndrome del perfeccionismo del que todos sufrimos en mayor o menor grado. Por una parte, no le importa que tanta semilla se pierda; por otra parte, parece satisfecho también con una cosecha mediocre. La contemplación del Sembrador libera de la búsqueda de perfecciones y enseña la tolerancia ante limitaciones humanas propias o ajenas.
Si había comenzado diciendo: Escuchad, ahora concluye diciendo: El que tenga oídos, que oiga. Invita a la reflexión: sobre su estilo de sembrar el Evangelio, sobre la fuerza de la semilla, sobre la confianza en el resultado final más allá de los fracasos.
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