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31/05/2020 Pentecostés (Jn 20, 19-23)

Aunque el libro de los Hechos sitúa esta fiesta cincuenta días después de la Pascua (He 2, 1-11), Juan ubica el don del Espíritu en el día de la Resurrección: Al atardecer de aquel día. La Resurrección y la recepción del Espíritu constituyen una unidad inseparable (Papa Francisco).

Dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Jesús se ha presentado a ellos sin ningún reproche por haberle abandonado. Les trae paz y alegría. Contemplando aquel grupo de discípulos desleales y cobardes, y contemplando también nuestras propias infamias, entendemos mejor las palabras de Pablo: Llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no nuestra (2 Cor, 4,7). Eso somos: pobres y frágiles recipientes de barro. Recordemos que Dios modeló a Adán con barro para luego soplar sobre él su aliento de vida. Pero, como dice santa Teresa, entendamos que hay algo dentro de nosotras mucho más precioso que lo que vemos por de fuera. No nos imaginemos huecas en lo interior.

A quienes perdonéis los pecados…

El Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, es el primer regalo del Resucitado. Es un regalo que tiene como finalidad primera el perdón. Perdón más amplio que el sacramental. Perdón que debe ser una actitud constante de vida, tanto en nuestra relación con Dios como en nuestras relaciones con los prójimos. El perdón nos mantiene unidos; nos mantiene en comunión.

Ven Espíritu Creador. Ven, para que con la palabra comuniquemos tu aliento; ven para que no nos instalemos en la mediocridad; ven para que no vivamos atrincherados con las puertas cerradas; ven para que tengamos claro que nuestros esfuerzos no son suficientes; ven para que nuestra convivencia esté fundada en la caridad más que en la uniformidad; ven para que establecidos en la Verdad, vivamos en la confianza más firme y en el amor más desinteresado.

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