Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas.
Es el final de la enseñanza pública de Jesús en el Evangelio de Juan. A partir de este momento Jesús se centrará en la formación de sus discípulos.
Quien hace de Jesús el centro de su vida, camina y vive en la luz. Pero, ¡atención!, que hacer de Jesús el centro de la vida no coincide exactamente con ser oficialmente cristiano y con cumplir fielmente los mandamientos de Dios y de la Iglesia. El cristianismo de la oficialidad y del cumplimiento, centrado en la ley y en las prácticas de piedad, siendo moralmente correcto, no garantiza en absoluto el caminar y el vivir en la luz.
Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo.
Jesús, respeta la libertad humana. No impone; solamente propone. Pero la libertad humana está hecha para la fe en Jesús, ya que es ahí donde la persona alcanza su plenitud. La libertad se descompone en la persona encerrada en sí misma. Pero cuando, por la fe, vivimos en una atmósfera de confianza en nuestras relaciones con Dios y con los demás, entonces vivimos satisfechos. Bien había dicho Isabel a María: Dichosa tú por haber creído (Lc 1, 45). Como dirá Jesús a Tomás: Dichosos los que no han visto y han creído (Jn 20, 26).
He venido para salvar al mundo.
Las ofertas de salvación del mundo se llaman materialismo, hedonismo, poder… La oferta de salvación de Jesús, se llama Jesús: He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10).
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