El Evangelio de Marcos aparece unos treinta años después de la muerte y resurrección de Jesús. Juan, su autor, de sobrenombre Marcos (Hechos 12, 12), aparece en varios escritos del N. T. ya que fue compañero y colaborador tanto de Pablo como de Pedro.
Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
Es la despedida de Jesús. Dirige sus palabras a todos los discípulos: los allí presentes entonces, y los aquí presentes ahora. Como el fuego irradia calor, del mismo modo quien ha absorbido la Buena Noticia la proclama. Unos lo hacemos a la manera de la discreta sal; otros, a la manera de la radiante luz; otros, a la manera de la callada levadura.
A los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se sanarán.
Expulsamos demonios enfrentándonos a ellos en el nombre del Señor: Siendo yo sierva de este Señor y Rey, ¿por qué no he de tener fortaleza para combatirme con todo el infierno? (Santa Teresa). Hablamos lenguas nuevas, las más apropiadas para cada situación. No tenemos miedo a agarrar las serpientes y beber los venenos del mundo sabiéndonos protegidos por el antídoto del Evangelio. Confiando en sus palabras, imponemos las manos a los enfermos y dejamos el resto en sus manos.
Todos intimados a invadir el mundo. Sin cobardías, porque Yo he vencido al mundo (Jn 16, 33). El juicio de este mundo está visto para sentencia, porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar el mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él (Jn 3, 17).
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