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31/10/2020 Sábado 30 (Lc 14, 1; 7-11)

Sucedió que un sábado fue a comer a casa de uno de los jefes de los fariseos.

En ese ambiente hostil veíamos ayer cómo curaba al enfermo de hidropesía. En ese mismo ambiente vemos hoy cómo habla a los allí presentes y a todos nosotros sobre la necedad de la vanagloria y la necesidad de la humildad. Lo hace con la parábola de la elección de los asientos en la mesa:

Cuando alguien te invite a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya invitado a otro más distinguido que tú y, viniendo el que os invitó a ti y a él, te diga: Deja el sitio a éste, y tengas que ir, avergonzado, a sentarte en el último puesto.

El corazón humano actual no ha cambiado respecto al de hace dos mil años; seguimos con las mismas ansias de estima y de aplauso. Son ansias tan insensatas que pueden conducirnos a hacer el ridículo. Jesús ofrece sabiduría humana. Ofrece unos consejos que pueden quedar bien en labios de cualquiera de los grandes maestros religiosos de la historia. Pero las palabras de Jesús tienen un significado más profundo que el que entendemos de inmediato.

Porque para nosotros creyentes, el banquete del que Jesús habla se refiere al banquete del reino en el que los últimos serán los primeros: El que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos (Lc 10, 44). La madre de Jesús sabía mucho de verdad y, por tanto, de humildad.

Frente a la cultura del aparentar y el trepar para conseguir los primeros puestos, Jesús propone el servicio y la solidaridad desde abajo, revelando así un Dios todo compasivo, cuya entraña es humildad y descentramiento amorosos (Papa Francisco).

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