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16/09/2024 Santos Cornelio y Cipriano (Lc 7, 1-10)

Un centurión tenía enfermo, a punto de morir, a un criado a quien estimaba mucho. Envió unos ancianos para rogarle que fuera a curarlo.

Es todo un personaje. Representa a la potencia opresora de Roma, pero es apreciado por los judíos. Es la máxima autoridad del lugar, pero se acerca a Jesús por dos veces con humildad, con la ayuda de intermediarios. Siendo consciente de lo limitado de su mundo de autoridad y de poder, su vida se mueve en una órbita superior: la de la gratuidad. En esa órbita se vive el milagro con la mayor naturalidad y se vive la vida entera en un tranquilo sosiego, fruto de la fe.

Es un hombre de mucha fe y de mucha humildad. No hay verdadera fe sin verdadera humildad. Es un hombre sabio. Sabe que no podemos vivir sin Dios, pero que no logramos vivir con Dios. Por eso sabe que el mejor camino para acercarnos a Él es el de la humildad: No soy digno de que entres en mi casa. Sabe que es cosa insensata sentirse digno ante Dios.

Jesús quedó admirado. Le impactó la fe de aquel extranjero, tanto como le decepcionó la falta de fe de los suyos. Si en aquellos días le decepcionó la poca fe de los suyos de Nazaret, en nuestros días le decepciona la poca fe de los suyos, los creyentes de oficio.

Quedó admirado. Ante los movimientos del Espíritu. Su Espíritu, la tercera persona de la Trinidad, que goza de plena autonomía, y sopla donde quiere y como quiere. Jesús lo sabe y lo proclama: Vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios (Lc 13, 29).

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