01/07/2025 Martes 13 (Mt 8, 23-27)
- Angel Santesteban
- hace 1 hora
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Acercándose ellos le despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Están aterrados. No les falta razón: La tempestad era tan grande que la barca quedaba tapada por las olas. Y, sin embargo, Jesús les echa en cara su miedo. Lo hace con mucha frecuencia: No tengáis miedo a los hombres; no tengáis miedo a los que matan el cuerpo; no se turbe vuestro corazón…Alguien ha dicho que Jesús es el único fundador religioso que ha eliminado de la religión el elemento del temor. Es que el miedo es incompatible con el bienestar del hombre. El miedo agiganta problemas, ahoga alegrías, estrangula fraternidades, engendra desconfianzas, sofoca creatividades, asfixia el amor…
Él les dijo: ¡Qué cobardes y hombres de poca fe!
Ellos, aterrados, le despiertan. Confían en Él. Piensan que Él puede sacarles del aprieto, pero la suya es una fe limitada. Y lo que Él pide, por encima de todo, es fe y confianza absolutas, sin fisuras. Santa Teresita dice que todo se resume en la confianza. Esta es la más agradable ofrenda al Corazón de Jesús. Lo que le agrada es ver que amamos nuestra pequeñez y pobreza; ver la esperanza ciega que tenemos en su misericordia.
Hacer la travesía del lago, caminar los senderos de la vida en compañía de Jesús, no garantiza vernos libres de tempestades; son parte de la vida. Jesús nos invita a remar mar adentro, a no quedarnos pisando tierra firme. Siempre en su compañía, aunque con frecuencia parezca dormido. San Pablo nos ofrece una lista de tempestades que tuvo que soportar. Pero sabe bien en quién tengo puesta mi fe (2 Tim 1, 12).
El salmo 23 es buen compañero para momentos tormentosos: Aunque fuese por valle tenebroso, ningún mal temeré; tu vara y tu cayado me sosiegan.
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