Un letrado que se ha hecho discípulo del reinado de Dios se parece a un amo de casa que saca de su alacena cosas nuevas y viejas.
Es la parábola con la que Jesús resume las anteriores. Nos recuerda aquello de: No vine para abolir, sino para dar cumplimiento (Mt 5, 17). Jesús no destruye nada; construye sobre lo antes construido.
Es letrado cristiano quien sabe leer el Antiguo Testamento desde el Nuevo. Es letrado cristiano quien agradeciendo pasado, vive el presente, y tiene sus ojos en lo que está por venir: El que ha puesto la mano en el arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios (Lc 9, 62). Es letrado cristiano quien ha hecho de las Escrituras, y especialmente de los Evangelios, la fuente de su oración y de su vida. Así es cómo el letrado cristiano lee y vive lo que acontece desde la perspectiva del Crucificado-Resucitado. Santa Teresa escribe: Todo el daño que viene al mundo es de no conocer las verdades de la Escritura con clara verdad.
La parábola es una invitación a preguntarme sobre lo que inspira mi existencia. ¿Es el Espíritu del Señor, con su novedad y su creatividad, quien maneja el timón de mi vida? ¿O es el pasado, con su lastre de inmovilismo y de rutina, el que condiciona mi presente? La parábola conduce ineludiblemente al pozo del agua siempre fresca de la Palabra de Dios: Palabra siempre viva y eficaz, y más cortante que espada de dos filos; que penetra hasta la separación de alma y espíritu, articulaciones y médula, y discierne sentimientos y pensamientos del corazón. No hay criatura oculta a su vista, todo está desnudo y expuesto a sus ojos (Hb 4, 12-13).
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