01/08/2025 San Alfonso Mª de Ligorio (Mt 13, 54-58)
- Angel Santesteban
- 31 jul
- 2 Min. de lectura
La gente decía admirada: ¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero?... Y se escandalizaban a causa de Él.
La gente. Su gente. Vecinos y amigos de toda la vida. Creen conocerle bien, pero lo que oyen y ven no encaja con lo que de Él saben. No cabe en sus cabezas que Dios pueda manifestarse en semejante sencillez y pobreza. Creen que Dios se hace presente solo en lo espectacular y en lo extraordinario.
¿No sucede algo parecido hoy con muchos de nosotros? Cristianos que recurrimos a apariciones y revelaciones, olvidando asentar la fe en una adhesión firme y humilde a la Palabra de Dios que nos dice con meridiana claridad que Dios se manifiesta en lo más pequeño y en lo más ordinario.
Es comprensible que algunos buenos cristianos, igual que aquellos paisanos de Jesús, estemos atrapados por una religiosidad que es cultura más que relación personal con Jesús. Es cierto que lo desconocido asusta, pero deberíamos entender que el permanecer atrapados por el pasado es una forma de incredulidad; y que, llegado el momento, necesitamos romper con el pasado para llegar a las cosas mayores (Jn 1, 50) que Jesús quiere para nosotros.
Es comprensible que la proclamación de la Buena Noticia produzca sorpresa y admiración. ¿Quizá incluso escándalo? No es para menos. Porque es algo tan absolutamente maravilloso que, con poco que se entienda, el oyente reacciona con estupor. Como reaccionó san Pablo: ¡Oh abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia el de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!...Porque de Él, por Él y para Él son todas la cosas. ¡A Él la gloria por los siglos! Amen (Rm 11, 33-35).
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