¡Qué bien despreciáis el mandato de Dios, para observar vuestra tradición!
Estas palabras son para los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén, personas piadosas que viven para la religión y de la religión; las únicas ante las cuales Jesús se muestra implacable: En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos humanos. Ante estos fariseos y escribas, puedo preguntarme si mi religiosidad no es también rica en fachada y pobre en contenido.
Escuchad todos y atended. No hay nada fuera del hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo.
Estas palabras son para la gente; ante las multitudes Jesús se muestra siempre comprensivo y compasivo porque ve que van por la vida como ovejas sin pastor. Pero la gente no puede comprender ni seguir de cerca a Jesús. Al grupito de discípulos se le concede conocer los misterios del Reino, pero a ellos no (Mt 13, 11). Ante esta gente que rodea a Jesús, pero que tiene poca capacidad de escucha, me pregunto si, como pide Él, sé escuchar con atención su Palabra, de modo que edifico mi vida cristiana sobre la roca de la Palabra de Dios.
Lo que sale del hombre es lo que contamina al hombre.
Estas palabras son pronunciadas ya dentro de la casa para el pequeño grupo de discípulos. También a ellos les cuesta entender a Jesús: ¿También vosotros estáis sin inteligencia? Pero Jesús se muestra paciente. Pone de relieve lo absurdo de una religiosidad legalista que centra su atención en lo exterior, olvidando lo interior, y que pone la ley por delante del amor. El discípulo debe saber priorizar lo esencial y relativizar lo secundario. No son raras las tradiciones y devociones que han acabado traicionando el Evangelio. Pablo hace esta advertencia a los cristianos de Colosas: Tienen apariencia de sensatez, con su piedad afectada, la mortificación y la austeridad corporal; pero no valen sino para satisfacer la sensualidad (Col 2, 23).
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