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01/10/2020 Santa Teresa del Niño Jesús (Mt 11, 25-30)

Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.

Uno de estos pequeños es Teresa de Lisieux, conocida popularmente como Santa Teresita. ¿Cómo es posible que una joven sin estudios especiales y que murió a los 24 años, haya llegado a ser una de las cuatro mujeres doctoras de la Iglesia? La respuesta es: EVANGELIO.

Su escuela y su libro fueron los Evangelios; los llevaba siempre consigo. La Palabra de Dios ha ocupado poco espacio en la formación del cristiano y del religioso. Ese espacio estaba ocupado por el catecismo. Todavía hoy se nota demasiada ausencia de la Palabra de Dios en la vida de muchos cristianos, clérigos incluidos. A pesar de eso, el Espíritu encuentra maneras para dirigir a algunas personas, como Teresita, hacia la Palabra de Dios. Esta frase suya es muy reveladora: Sólo tengo que poner los ojos en el santo Evangelio para respirar los perfumes de la vida de Jesús y saber hacia dónde correr.

No hay duda, escribe San Juan Pablo II, de que la primacía de la santidad y de la oración no es concebible más que a partir de una renovada escucha de la Palabra de Dios.

Y los obispos de la Iglesia, reunidos en sínodo: Sin la Palabra de Dios no sois nada en la Iglesia. Sin la Palabra de Dios no tenéis nada que decir a la Iglesia. Sin la Palabra de Dios, todo vuestro empeño no servirá para nada.

Teresita nos enseña desde su experiencia personal que el Evangelio es el secreto del caminito de infancia espiritual que nos conduce a la confianza y a la libertad.

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