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02/05/2024 San Atanasio (Jn 15, 9-11)

Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor.

Jesús nos pide permanecer en el amor. Es cierto que, también quien vive ajeno a esta realidad, permanece en su amor, como el bebé en brazos de mamá. Pero a nosotros, sus seguidores, nos pide hacerlo con plena conciencia de ello. Esta permanencia en el amor se manifiesta en la entrega. Entrega que no tiene por qué ser deleitosa; a veces, como la de Jesús en la cruz, será penosa.

Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.

Jesús dice una cosa nueva sobre el amor: no solo amad, sino permaneced en mi amor. En efecto, la vocación cristiana es permanecer en el amor de Dios, o sea, respirar y vivir de ese aire. La relación de amor entre Él y el Padre llega a ser una relación de amor entre Él y nosotros (Papa Francisco).

Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea colmado.

Es lo que Jesús quiere para todos. En otro lugar dirá que ha venido para que tengamos vida en abundancia (Jn 10, 10). Todo ser humano ansía la felicidad; felicidad que se traduce en gozo interior. Una religiosidad preocupada con la propia salvación cumpliendo escrupulosamente los mandamientos no puede ofrecer gozo y no tiene nada que ver con Jesús. El distintivo del verdadero seguidor de Jesús es el gozo, la alegría.

La fe en el Amor colma la vida de seguridad y hace que vivamos nuestros días en clave de celebración, ya que nada ni nadie puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Rm 8, 39).

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